viernes, 20 de noviembre de 2015

Sobre la confusión

No es fácil explicar cómo se da el paso de la más ridícula alegría al más oscuro estado de pesadumbre. Es, como poco, incoherente. Una sombría brizna de incomprensible tristeza nace sin avisar y antes de darte cuenta el pesimismo se apodera de tu ser. No estoy hablando de una flemática y previsible evolución anímica. Ya lo he dicho. Estoy hablando de una especie de suceso anónimo que ignora los parámetros de la lógica. Penosamente trato de describir como en un simple y estúpido instante se sucumbe a la más desesperante confusión. Ingente es la incredulidad que acompaña la sorpresa de presenciar el desplome de la realidad envolvente. Lo que parecía deja de parecer. La subjetividad ahoga a una impotente objetividad, que en su último suspiro abre las puertas de la vacuidad y la insulsez. La consciencia se resiente, desamparada en un abismo de inopia que no conoce fondo. Los raíles de la cordura abandonan el pasado y el presente, eliminando cualquier vestigio de su verosímil existencia. El pensamiento, ya en completa solitud, deambula sin rumbo por un vasto mar de dudas. Un simple y estúpido instante. Todo aquello que ingenuamente asegurabas. Todo aquello que creías saber. Todo lo que pensabas que eras. Todo pasa a ser nada. Y entonces te precipitas. 

No entiendes qué ocurre. No comprendes el cómo o el porqué. Al fin y al cabo sigues ahí, respirando. Ves las mismas cosas, oyes los mismos sonidos, sientes el mismo tacto. ¿Qué? ¡¿Qué está fallando?! Esa incertidumbre, esa extraña confusión te advierten de que algo ocurre. Y es ese paradójico saber sin saber que te arrastra a un indeseable desánimo. La introversión no tarda en guiar tus actos. Tu mirada traba amistad con el suelo. Cada paso que das parece que vaya a ser el último. Cada idea que brota de tu pensamiento se pierde en un laberinto de emociones sin sentido. 

Cada minuto que pasa estás un poco más cerca de la muerte y un poco más lejos de la vida. 

Una prueba de valor, un examen de fortaleza. De eso va la confusión. De hundir a los más débiles y ensalzar a los más fuertes. Los débiles se dejan abrazar por la autocompasión. Los fuertes vencen el miedo y escalan las paredes que encierran los últimos resquicios de su humanidad. Reordenan el manojo de pensamientos contradictorios. Recolocan los carriles de la cordura, listón a listón, si es necesario. Redescubren su propia consciencia. Y entonces emergen.

 

0 comentarios:

Publicar un comentario