sábado, 21 de noviembre de 2015

Sobre la pureza del fin

El vínculo que une la razón con el deber nace de una relación medio-finalidad: para alcanzar un objetivo concreto, hay que actuar de un modo concreto. La razón dicta qué debemos hacer en un determinado contexto para lograr una meta definida, sin tener en cuenta la moralidad del acto. Es independiente de la moralidad, discierne de los gustos, deseos, prioridades, etc. de cada individuo. A modo de ejemplo podríamos presentar una situación en la que un sujeto corre para llegar a tiempo al tren que está a punto de abandonar la estación. Si se entretiene esquivando la multitud, no llegará. Por el contrario, puede optar por empujar a todo aquél que se interponga en su camino. Actuado guiado por la razón, seleccionaría la segunda opción. Si el sujeto la considerase de conducta violenta e inmoral preferiría perder el vehículo y esperar al siguiente.

Relativo a la moralidad, está el emotivismo moral. Éste defiende que nuestra concepción de lo moral se origina en los sentimientos y valores que nos inculcan el resto de personas. Nuestra idea de lo moral está bajo la influencia de los sentimientos éticos, las creencias sobre lo que debemos hacer. Crecemos, por ejemplo, con la idea de que ser generoso es buenoy ser egoísta es malo. Nuestros actos están condicionados por estas creencias morales, el sentido del deber.

Dicho sentido del deber tiene un origen, un fundamento: la empatía. Compadecernos por el débil o el necesitado. La sociedad nos educa de tal modo que ayudar a los demás sea un valor básico para cualquier individuo. Esto significa que sintamos que debemos auxiliar a alguien o no, nuestra creencia moral nos obligará a auxiliarlo. Aun así, sin sentirlo, no estaríamos actuando moralmente. Únicamente estaríamos respondiendo al sentido del deber. Solo cuando de verdad actuamos por los demás sin ningún tipo de interés propio estamos siendo morales. Ofrecer dinero a un mendigo para sentirse mejor no es un acto ético, o al menos completamente ético: presenta un medio, que es ofrecerle el dinero, y un fin, que es la propia satisfacción. Solo si el objetivo fuese “por él” sería una acción realmente moral.

Hay una especie de acuerdo tácito, sobreentendido, para definir qué es lo que está bien y qué mal. Para definir que ser generoso es mejor que ser egoísta. Esto se debe a que hemos observado que es así como mejor nos va.


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