jueves, 26 de noviembre de 2015

Sobre la muerte del odio

Intentar poner fin al odio con más odio es como tratar de limpiar una piscina con una manguera. No hace falta decirlo: absolutamente inútil. Aun así las personas insistimos en ello. ¡Contestamos al odio con odio! ¿Qué conseguimos? Llenamos aún más la piscina, pero la mantenemos igual de sucia. Entramos en una espiral de aversión. Un bucle. Tú me pegas, yo te pego. Y vuelta a empezar. Tú me pegas, yo te pego. Sembramos sed de venganza. Enseñamos a los nuevos jóvenes a odiar.

Es una especie de dilema de prisioneros. Podemos parar las atrocidades por nuestra parte, pero… ¿y si ellos no lo hacen? En ese caso estaríamos en desventaja. Entonces, ¿para qué arriesgarse? Yo tengo una respuesta para eso. Bueno, yo no. La tiene el huérfano que vio cómo una bomba evaporizaba a sus padres. La tiene esa madre que no volverá a besar a su hijo. La tiene esa chica que presenció cómo las balas atravesaban los cuerpos de sus amigos. La tenían todas esas personas que día tras día se vieron forzadas a luchar para sobrevivir… sin éxito. Personas que por estar en el lugar y en el momento equivocados tuvieron que sufrir un brusco final. Nadie merece algo así.

Podemos cambiarlo. ¿Que nos han atacado? No haciendo nada al respecto su próximo ataque tendrá consecuencias más leves. Eso suponiendo que haya próximo. Oh, y no olvidemos el diálogo. No siempre se está dispuesto a hablar. Sin embargo, logrando el contacto, la comunicación se reivindicará a sí misma como el arma más potente y eficaz, por encima de cualquier otra.

Lo sé, no es tan fácil. Pero ¿vale la pena el sacrificio de miles de vidas por el temor a la dificultad?







“La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: sólo la luz puede hacer eso. El odio no puede expulsar al odio: sólo el amor puede hacer eso.” – Martin Luther King (1929 - 1968)




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