martes, 24 de noviembre de 2015

Sobre la imparcialidad

Los ejemplos son un fácil medio para proceder con enrevesadas explicaciones. Una apreciable ayuda que nace de la falta de los conocimientos o habilidades literarias necesarias para acometer una argumentación. Trato de evitarlos en la máxima medida de lo posible, pero por lo general acabo decantándome por su uso. A fin de cuentas la sencillez, el camino fácil, no tiene por qué ser castigada con el reproche. El tema que voy a introducir no tiene relación alguna con esta clase de recurso, por lo que uno ya irá deduciendo que el texto precedente pretende justificar el uso de un ejemplo ulterior. 

Ahí va: Sin la menor intención de empezar con un tópico controvertido, pongamos por caso que yo soy un catalán independentista*. No tengo ningún sentimiento nacionalista ni nada por el estilo. Simplemente creo que objetivamente hablando la separación es la opción más favorecedora para la comunidad catalana. Hasta aquí todo correcto. Un día, veo como otros “indepes” queman una bandera española (no sé si se ha llegado a hacer algo así, recordemos que se trata de un ejemplo inventado sin pretensión de polemizar alguna). Como sujeto objetivo que soy, demuestro mi desaprobación ante mis amigos, que desean el mismo futuro para Catalunya que yo. Ante mi sorpresa, me preguntan molestos si de verdad quiero la independencia. Aunque quemar la bandera sea una exhibición de la misiva del grupo, ¿no es acaso un acto inútil e irrespetuoso? Pero oh, claro. ¡Apoya la causa! Bueno, quizá sea una analogía algo extrema. En lugar de la bandera pongamos a un apesadumbrado Artur Mas haciendo el símbolo de las cuatro barras con sus dedos, antes de entrar en el TSJC. ¿Para mí? Una demostración de arrogancia y egocentrismo. Pero oh, claro. Se está sacrificando por la nación. Un verdadero héroe.

Lo que intento decir: Está bien creer en una causa, un fin o cualquier otra cosa. Sin embargo, hay que saber ser objetivos. Imparciales. Todos los caminos que llevan a la meta no son legítimos por ello. Serán legítimos por lo que hagan o dejen de hacer, no por lo que simplemente son. Es vital tener la capacidad para reconocer cuando estamos haciendo uso de la negación. Cuando estamos oyendo o viendo solo lo que queremos, protegiéndonos de todo lo que pueda resultar desagradable. Cuando tratamos a la vía ilegítima como buena, lo sea o no, porque así lo es el fin que esta persigue.

Debemos buscar el camino del medio. Alcanzar las misivas a través de un trazo recto e impecable. No hablo de la perfección, hablo de la ya mentada imparcialidad. Ver lo que hay que ver, libres de influencias o condicionalidades. Abandonar el muro de amparo que es la ignorancia. Y sufrir, sufrir al fin y al cabo. Porque la realidad puede golpear fuerte cuando se emerge de los mares de la inopia. No me mojaré hablando sobre la relatividad de la realidad, eso quizás lo deje para otra entrada.

*Finalizada la entrada, permítame un breve apunte: el ejemplo usado en el segundo párrafo es relativo a un conflicto, si es que se le puede llamar así, presente en Catalunya (España). Si no es conocedor de los diferentes matices que lo componen puede que precise de una resumida aclaración. Catalunya es una comunidad autónoma española, en la que aproximadamente la mitad de sus habitantes desean formar un Estado propio, independiente. Un deseo que España no parece querer concedir, creando un fuerte revuelo entre los independentistas. Las siglas de TSJC hacen referencia al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, al que Artur Mas entró como imputado por efectuar un referéndum presuntamente ilegal. Ello, en mayor o menor medida, le confirió una imagen de mártir, la cual sutilmente critico en el ejemplo. Dicho esto, me gustaría aclarar que no pretendo, en absoluto, manifestarme a favor o en contra del movimiento separatista. Ni mucho menos hacer publicidad de éste. Insisto en que mi única intención es tan simple como ejemplificar lo que trato de transmitir.

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